Cuando viajamos a otros países es cuando solemos darnos cuenta de lo diferente que es el nuestro en algunos aspectos en los que quizá nunca nos habíamos parado a pensar. Das algo por hecho, algo que forma parte de tu vida, de tu día a día, de tu ambiente, sin plantearte que lo que para ti es normal, a otros les resultaría peculiar y extraño. De hecho, sólo si nos comparamos con el resto del mundo, seremos conscientes de lo privilegiados que somos en realidad.
Viajando la mente se expande, pero también podemos saciar esa inquietud de conocer mundo mediante buenos documentales, programas e incluso cine. Precisamente el cine norteamericano nos ha acostumbrado a cosas que hoy en día nos resultan de lo más normal (aunque no las encuentres en el supermercado casi nunca) pero que hace unos años parecían venir de un lejano planeta… ¿Te suenan?: Marshmallows, Crema de cacahuete, triturador de basuras, sirope de arce, Dr. Pepper, Twinkies…
Estamos habituados a ver en la gran pantalla cosas que en realidad nos sorprenderían en el mundo real, como los expendedores de periódicos callejeros, el camión de los helados o los parquímetros individuales. Y lo mismo pasa con los coches, con prácticamente todos los vehículos que vemos en las películas. Los gustos europeos son distintos a los de los norteamericanos. Aquí valoramos la agilidad de un Smart, allí prefieren conducir con un Mustang de 5 m de largo, y lo mismo ocurre con los camiones. Cuando un europeo viaja por las carreteras de Estados Unidos, siente que lo que le rodea tiene un toque de irrealidad, hay cosas que no encajan, es… como estar en una película. Y una de las razones que provocan esta sensación son los camiones: Gigantescos, mastodónticos, espectaculares camiones americanos, que no corresponden a ninguna colección vintage, sino que son actuales, poseen la misma tecnología que los nuestros, se fabrican por millares y cumplen su trabajo con eficacia, pero al mismo tiempo, son completamente diferentes a lo que estamos acostumbrados. Un gran ejemplo de este contraste lo vemos en Volvo.
Volvo nació en 1927, en Suecia, cuando sus fundadores se dieron cuenta de la creciente e imparable demanda de ésos primeros vehículos (de la casa Ford) que llegaban a su país, de importación. Vieron que construir un coche de calidad sería un acierto, y no se equivocaron. Después, en 1928 ya lanzaron su primer modelo de camión y no tardaron en expandirse a otros países, entre ellos Estados Unidos, donde se asentaron en los años 70, convirtiéndose en uno de los fabricantes de referencia.
Estamos en la primera mitad del 2016 y es curioso observar las dos caras de este gran fabricante de camiones. En Europa vemos modelos de lineas comprimidas, con gran potencia pero de silueta minimizada, que nos evoca su diseño altamente refinado y sus prestaciones en cuanto a sus últimos avances tecnológicos. El Volvo FH, del que ya hemos hablado alguna vez, es un ejemplo de ello. Sabemos la fuerza y la fiereza que se esconde en su corazón, pero su parte externa se integra en unas líneas muy puras, contenidas, pero armoniosas.
El Volvo FH cuenta, por supuesto con el nuevo doble embrague I-Shift, lo que se traduce en una conducción suave, similar a la de un automóvil. Ha sido especialmente diseñado para optimizar la carga, simplificándola al máximo y ahorrando combustible, en pos de conseguir un impacto positivo en el medioambiente. Este modelo de Volvo es perfecto para recorrer largas distancias y su cabina cuenta con todo tipo de adelantos que ayudan a la comodidad del conductor.
Sin embargo, al otro lado del charco, también tenemos un modelo que ha sido específicamente diseñado para ofrecer el mejor rendimiento en largas distancias. Se trata del Volvo VNL, un camión que también cuenta con características para fomentar la eficiencia energética, gracias, entre otras cosas, a sus motores de bajo consumo y al famoso doble embrague I-Shift. Igual que su primo, el Volvo FH europeo. Su cabina es cómoda y agradable, perfecta para los largos recorridos, de manera que, a la hora de la verdad, las diferencias entre ambos son muy pequeñas, pero el aspecto exterior, su personalidad física, es lo que los caracteriza.
Lo que está claro es que las diferencias entre un estilo y otro son muy grandes. ¿Por qué será que los camiones norteamericanos cuentan con ese amplio morro mientras que los europeos son cada vez más chatos? ¿Será una cuestión cultural? ¿Un gusto alimentado en uno y en otro continente de forma distinta durante años? Lo único que podemos decir es que los norteamericanos nos resultan atractivos, llamativos, espectaculares, aunque de momento tendremos que conformarnos disfrutándolos en maquetas a escala, porque en realidad, muchos de estos camiones ni siquiera cabrían en las carreteras de nuestro país.